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西语小说阅读:《总统先生》(12)

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来源:网络 2021-03-23 02:06 编辑: 欧风网校 273

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摘要: 西语小说阅读:《总统先生》(12)

《总统先生》(12)



Camila

Horas y horas se pasaba en su cuarto ante el espejo. El diablo se le va a asomar por mica , le gritaba su nana. Más diablo que yo? , respondía Camila, el pelo en llamas negras alborotado, la cara trigue a lustrosa de manteca de cacao para despercudirse, náufragos los ojos verdes, oblicuos y jalados para atrás. La pura China Canales, como la apodaban en el colegio, aunque fuera con su gabacha de colegiala cerrada hasta las islillas, se veía más mujercita, menos fea, caprichuda y averiguadora.

—Quince a os —se decía ante el espejo—, y no paso de ser una burrita con muchos tíos y tías, primos y primas, que siempre han de andar juntos como insectos.

Se tiraba del pelo, gritaba, hacía caras. Le caía mal formar parte de aquella nube de gente emparentada. Ser la nena. Ir con ellos a la parada. Ir con ellos a todas partes. A misa de doce, al Cerro del Carmen, a montarse al caballo rubio, a dar vueltas al Teatro Colón, a bajar y subir barrancos por El Sauce.

Sus tíos eran unos espantajos bigotudos, con ruido de anillos en los dedos. Sus primos unos despeinados, gordinflones, plomosos. Sus tías unas repugnantes. Así los veía, desesperada de que unos —los primos— le regalaran cartuchos de caramelos con banderita, como a una chiquilla; de que otros —los tíos— la acariciaran con las manos malolientes a cigarro, tomándola de los cachetes con el pulgar y el índice para moverle la cara de un lado a otro —instintivamente Camila entiesaba la nuca—; o de que la besaran sus tías sin levantarse el velito del sombrero, sólo para dejarle en la piel sensación de telara a pegada con saliva.

Los domingos por la tarde se dormía o se aburría en la sala, cansada de ver retratos antiguos en un álbum de familia, fuera de los que pendían de las paredes tapizadas de rojo o se habían distribuido en esquineras negras, mesas plateadas y consolas de mármol, mientras su papá ronroneaba como mirando a la calle desierta por una ventana, o correspondía a los adioses de vecinos y conocidos que le saludaban al pasar. Uno allá cada a o. Le rendían el sombrero. Era el general Canales. Y el general les contestaba con la voz campanuda: Buenas tardes... Hasta luego... Me alegro de verlo... Cuídese mucho!...

Las fotografías de su mamá recién casada, a la que sólo se le veían los dedos y la cara —todo lo demás eran los tres reinos de la naturaleza, a la última moda en el traje hasta los tobillos, los mitones hasta cerca del codo, el cuello rodeado de pieles y el sombrero chorreando listones y plumas bajo una sombrilla de encajes alechugados—; y las fotografías de sus tías pechugonas y forradas como muebles de sala, el pelo como empedrado y diademitas en la frente; y las de las amigas de entonces, unas con mantón de manila, peineta y abanico, otras retratadas de indias con sandalias, güipil, tocoyal y un cántaro en el hombro, o fotografiadas con madrile a, lunares postizos y joyas, iban adormeciendo a Camila, untándola somnolencias de crepúsculo y presentimientos de dedicatoria: Este retrato tras de ti como mi sombra. A todas horas contigo este pálido testigo de mi cari o. Si el olvido borra esas letras enmudecerá mi recuerdo. Al pie de otras fotografías sólo se alcanzaba a leer entre violetas secas fijadas con listoncitos descoloridos: Remember, 1898 ; ... idolatrada ; Hasta más allá de la tumba ; Tu incógnita...

Su papá saludaba a los que pasaban por la calle desierta, uno allá cada cuando, mas su voz campanuda resonaba en la sala como respondiendo a las dedicatorias. Este retrato tras de ti como mi sombra : Me alegro mucho, que le vaya bien...! A todas horas contigo este pálido testigo de mi cari o : Adiós, que se conserve bien...! Si el olvido borra estas letras enmudecerá mi recuerdo : Para servirlo, saludos a su mamá!

Un amigo escapaba a veces del álbum de retratos y se detenía a conversar con el general en la ventana. Camila lo espiaba escondida en el cortinaje. Era aquél que en el retrato tenía aire de conquistador, joven, esbelto, cejudo, de vistoso pantalón a cuadros, levita abotonada y sombrero entre bolero y cumbo, el ya me atrevo de fin de siglo.

Camila sonreía y se tragaba estas palabras: Mejor se hubiera quedado en el retrato, se or... Sería anticuado en su vestir, se prestaría a burlas su traje de museo, pero no estaría barrigón, calvo y con los cachetes como chupando bolitas.

Desde la penumbra del cortinaje de terciopelo, oliendo a polvo, asomaba Camila sus ojos verdes al cristal de la tarde dominguera. Nada cambiaba la crueldad de sus pupilas de vidrio helado para ver desde su casa lo que pasaba en la calle.

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